La industria de la moda, en particular la moda rápida, se ha convertido en una de las fuerzas más contaminantes del planeta. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), esta industria es la segunda más contaminante del mundo, solo superada por el sector energético. La moda rápida contribuye con aproximadamente el 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, un impacto comparable al de toda la Unión Europea en términos de dióxido de carbono (CO₂), el principal gas responsable del calentamiento global y el cambio climático.

El auge de la moda rápida se basa en la producción masiva de prendas a bajo costo, utilizando materiales baratos como el poliéster, el nylon y el algodón. Aunque estos materiales permiten ofrecer precios accesibles al consumidor, su producción y desecho tienen un impacto devastador en el medio ambiente.

Por ejemplo, el poliéster, una fibra sintética derivada del petróleo, tarda cientos de años en degradarse y libera microplásticos que contaminan los océanos y afectan la vida marina. Por su parte, el cultivo intensivo de algodón requiere grandes cantidades de agua y pesticidas, lo que agota los recursos naturales y daña los ecosistemas.

Además de las emisiones de CO₂, la industria textil es responsable del 20% de la contaminación del agua a nivel global, debido al uso de químicos tóxicos en los procesos de tintura y acabado de las prendas. Estos contaminantes terminan en ríos y mares, afectando no solo a la biodiversidad, sino también a las comunidades que dependen de estos recursos hídricos.

Otro problema grave es el desperdicio textil. Se estima que cada año se desechan 92 millones de toneladas de ropa, la mayoría de la cual termina en vertederos o es incinerada, liberando gases tóxicos a la atmósfera. La cultura del «usar y tirar», promovida por la moda rápida, ha llevado a un consumo excesivo y desechable, donde las prendas se compran en grandes cantidades pero se usan pocas veces antes de ser descartadas.

Frente a esta crisis, organizaciones y activistas ambientales están llamando a la industria y a los consumidores a adoptar prácticas más sostenibles. Algunas marcas están explorando alternativas como el uso de materiales reciclados, la implementación de procesos de producción más limpios y la promoción de la economía circular, donde las prendas se reutilizan, reparan o reciclan en lugar de ser desechadas.

Sin embargo, el cambio real requiere un esfuerzo colectivo. Los consumidores tienen un papel crucial al optar por marcas responsables, reducir su consumo de ropa y apoyar iniciativas de segunda mano o intercambio. La moda rápida puede ser barata en el corto plazo, pero su costo ambiental es demasiado alto para ignorarlo. El planeta no puede permitirse seguir pagando el precio de nuestra ropa desechable.

Datos clave sobre el impacto de la moda rápida:

  • Contribuye al 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.
  • Es responsable del 20% de la contaminación del agua a nivel mundial.
  • Cada año se desechan 92 millones de toneladas de ropa.
  • El poliéster, material común en la moda rápida, tarda cientos de años en degradarse y libera microplásticos.
  • El cultivo de algodón consume grandes cantidades de agua y pesticidas.

La moda rápida no solo está cambiando nuestro armario, sino también nuestro planeta. Es hora de repensar cómo consumimos y producimos ropa antes de que el costo ambiental sea irreversible